Algo se muere en el alma
cuando un amigo se va
Hace
ya unos días que la vida nos ha privado de esa permanente ilusión y
esa sonrisa que siempre había brillado en tus ojos y he tenido que
dejar pasar las horas y los días para poder escribir tu semblanza
con un puñado de palabras, no sé si pobres, pero en todo caso
sentidas y sinceras.
En
un tiempo en que era un milagro la circulación de vehículos por la
carretera de Carballo, trajiste a la aldea de Bembibre la fantasía,
la magia del cine. De tu mano llegaron al hermosísimo valle del
Dubra imponentes romanos, rudos cow boys,
aguerridos pieles rojas, princesas de cuento, cómicos
desternillantes, gansters
sin escrúpulos, soldaditos españoles, asistentas con su delantal y
cofia... Ahí empezó la película de tu vida, con la insaciable
necesidad de emprender un proyecto tras otro. Como ha cantado Luis
Eduardo Aute, todo en la vida es cine y los sueños cine son.
Aunque
los sueños no dan de comer, pueden ser maravillosos guías para los
seres inquietos y enérgicos. Y así, de golpe y porrazo adquiriste
un camión y te embarcaste en el mundo del transporte y la
distribución. Abasteciste de miles de toneladas de patatas gallegas
los cuarteles de la meseta acarreando en los retornos selectas judías blancas de
El Barco y de La Bañeza. Y entre viaje y viaje, un amigo de la
niñez, de tu misma edad, a la sazón Alférez de Caballería en
Aranjuez y poco después aspirante a Secretario de Administración
Local en Madrid, que estaba destinado a ser mi padre, te descubrió
la bohemia y la magia de la noche madrileña y un puñado de
profesionales del mundo del espectáculo. Un nuevo sueño y una nueva
realidad. Y la flor y grana de la copla española, los representantes
más in de la música
ligera, los conjuntos y artistas más vanguardistas, supieron que
existía un pueblo llamado Bembibre, perdido en el corazón del valle
del Río Dubra, a tan sólo 22 kilómetros de Santiago y otros tantos
de Carballo. La Sala de Fiestas Alegría vivió unos años de auge y
esplendor que nadie hubiera esperado salvo tú, por supuesto, y fue
un verdadero motor económico y social para el pueblo. A su sombra se
multiplicaron los negocios, el trabajo y, obviamente, la alegría....
Son años de recuerdos imborrables, de bailes, cenas, fines de año,
guitarra y canciones hasta el amanecer.
No
tenías bastante y construiste un Hotel, al que llamaste Camino de
Santiago, en cuyo comedor, entonces verde y blanco, descansa para
siempre el recuerdo de una noche de papeles sin fin, trabajo y diseño
de estrategias para superar una de esas dificultades que la vida te
"regala" sin que nadie se lo pida.
Te
fallaron injustamente algunas personas en las que confiabas
ciegamente y a pesar del dolor y la desilusión, nunca caíste en el
desaliento, jamás diste oportunidades a la desesperación ni a la
derrota, porque siempre mirabas hacia adelante. En una vieja
película, de cuyo título no puedo acordarme, el personaje que
encarnaba Al Pacino decía
literalmente a su interlocutor: "sólo tengo dos cosas, mi
palabra y mis cojones". Tu tenías en tu maleta existencial la
palabra, el coraje, el trabajo sin descanso, la ilusión sin límites
y una confianza impenitente en las personas. Con todos esos
ingredientes, sin correa de amarre a la tabla, surfeaste la cresta y
el fondo de las olas de la vida. Ahora, recordando las numerosas
conversaciones que tuve la fortuna de compartir contigo, asomado al
balcón de la ausencia y desde la perspectiva que nos proporciona la
distancia de los recuerdos, puedo afirmar sin temor a equivocarme que
si en el mundo hubiera muchos Panchos, que hacen de los sueños su
bandera y persiguen su culminación honestamente, sin poner
zancadillas a nadie, la crisis sería una quimera y el progreso no
sería tan irrespirable.
Desde
el fondo del alma te digo hasta siempre. Con todo mi cariño para
Carmiña, María José, Inés, Josecho y Javier, sus parejas, sus
hijos y toda esa familia a la que tan profunda y sinceramente
queremos.
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