miércoles, 1 de febrero de 2012

FRANCISCO IGLESIAS GRILLE (PANCHO DO ROCHO)



Algo se muere en el alma
cuando un amigo se va



Hace ya unos días que la vida nos ha privado de esa permanente ilusión y esa sonrisa que siempre había brillado en tus ojos y he tenido que dejar pasar las horas y los días para poder escribir tu semblanza con un puñado de palabras, no sé si pobres, pero en todo caso sentidas y sinceras.

En un tiempo en que era un milagro la circulación de vehículos por la carretera de Carballo, trajiste a la aldea de Bembibre la fantasía, la magia del cine. De tu mano llegaron al hermosísimo valle del Dubra imponentes romanos, rudos cow boys, aguerridos pieles rojas, princesas de cuento, cómicos desternillantes, gansters sin escrúpulos, soldaditos españoles, asistentas con su delantal y cofia... Ahí empezó la película de tu vida, con la insaciable necesidad de emprender un proyecto tras otro. Como ha cantado Luis Eduardo Aute, todo en la vida es cine y los sueños cine son.

Aunque los sueños no dan de comer, pueden ser maravillosos guías para los seres inquietos y enérgicos. Y así, de golpe y porrazo adquiriste un camión y te embarcaste en el mundo del transporte y la distribución. Abasteciste de miles de toneladas de patatas gallegas los cuarteles de la meseta acarreando en los retornos selectas judías blancas de El Barco y de La Bañeza. Y entre viaje y viaje, un amigo de la niñez, de tu misma edad, a la sazón Alférez de Caballería en Aranjuez y poco después aspirante a Secretario de Administración Local en Madrid,  que estaba destinado a ser mi padre, te descubrió la bohemia y la magia de la noche madrileña y un puñado de profesionales del mundo del espectáculo. Un nuevo sueño y una nueva realidad. Y la flor y grana de la copla española, los representantes más in de la música ligera, los conjuntos y artistas más vanguardistas, supieron que existía un pueblo llamado Bembibre, perdido en el corazón del valle del Río Dubra, a tan sólo 22 kilómetros de Santiago y otros tantos de Carballo. La Sala de Fiestas Alegría vivió unos años de auge y esplendor que nadie hubiera esperado salvo tú, por supuesto, y fue un verdadero motor económico y social para el pueblo. A su sombra se multiplicaron los negocios, el trabajo y, obviamente, la alegría.... Son años de recuerdos imborrables, de bailes, cenas, fines de año, guitarra y canciones hasta el amanecer.

No tenías bastante y construiste un Hotel, al que llamaste Camino de Santiago, en cuyo comedor, entonces verde y blanco, descansa para siempre el recuerdo de una noche de papeles sin fin, trabajo y diseño de estrategias para superar una de esas dificultades que la vida te "regala" sin que nadie se lo pida.


Te fallaron injustamente algunas personas en las que confiabas ciegamente y a pesar del dolor y la desilusión, nunca caíste en el desaliento, jamás diste oportunidades a la desesperación ni a la derrota, porque siempre mirabas hacia adelante. En una vieja película, de cuyo título no puedo acordarme, el personaje que encarnaba Al Pacino decía literalmente a su interlocutor: "sólo tengo dos cosas, mi palabra y mis cojones". Tu tenías en tu maleta existencial la palabra, el coraje, el trabajo sin descanso, la ilusión sin límites y una confianza impenitente en las personas. Con todos esos ingredientes, sin correa de amarre a la tabla, surfeaste la cresta y el fondo de las olas de la vida. Ahora, recordando las numerosas conversaciones que tuve la fortuna de compartir contigo, asomado al balcón de la ausencia y desde la perspectiva que nos proporciona la distancia de los recuerdos, puedo afirmar sin temor a equivocarme que si en el mundo hubiera muchos Panchos, que hacen de los sueños su bandera y persiguen su culminación honestamente, sin poner zancadillas a nadie, la crisis sería una quimera y el progreso no sería tan irrespirable.
Desde el fondo del alma te digo hasta siempre. Con todo mi cariño para Carmiña, María José, Inés, Josecho y Javier, sus parejas, sus hijos y toda esa familia a la que tan profunda y sinceramente queremos.

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